lunes, 25 de marzo de 2013

9. Crispín


Tontolaba supino, redicho, mamarracho, pijo, niño de papá. Estoy siendo blando con él, lo sé, pero supongo que los años endulzan el recuerdo.
Un futuro protagonista de este blog me envió ayer un enlace, pincho y me entero de que Crispín ha desaparecido tras protagonizar un espectacular alzamiento de bienes. Igual que su progenitor, aunque sin tanto estilo. Miles de trabajadores han quedado en la calle, pero en estos días siete mil parados ni se notan. Solo dan para una semana de titulares en las noticias de la televisión autonómica.
Conocí a Crispín padre hace la torta de años y un poco más. Un tipo elegante y seco, con ese rictus de lagarto viejo tan propio de los prohombres del franquismo. Impresionaba un poco, porque un ojo le miraba a Cuenca y el otro a Tombuctú. Tenía un coco fuera de lo común y tablas para decir una cosa y la contraria en la misma conversación, como todos los hombres de iglesia. Sénior (llamarle Papuchi, como hacía su retoño, me parece excesivo) hizo fortuna con Franco. Levantó un imperio de la nada. Amasó una fortuna tal que al cabo de tres décadas figuró en la lista de los más ricos del país.
Y entonces se armó el belén: le secuestraron en los años mozos de la democracia, cuando todo iba a ser chupilerindi y el mundo parecía recién pintado, que diría Sabina, con ilusión y marihuana a falta de pintura.
Fue un asunto turbio y nunca del todo aclarado. Crispín padre permaneció en cautiverio cerca de un año. La familia pagó el rescate, pero el secuestrado no llegó a ver la luz, se les murió; al parecer, estaba enfermo del corazón.
Tienes mucho tiempo para pensar cuando estás metido en un zulo. Allí descubres que tu vida de éxito es una puta mierda y que los millones no te hacen feliz ni libre, que estás lleno de servidumbres, que tus hijos son unos inútiles y unos ingratos, que tu mujer es una máquina de quejarse a pesar de que la tienes podrida de millones, que todos los reconocimientos son fingidos, que no puedes comprar más vida, que aquello estaba bien cuando tenías todo el tiempo por delante, pero no cuando la muerte asoma. Y la solución siempre es la misma: soltar lastre.
El tipo pactó con sus secuestradores el lugar de la liberación, Barajas, y se agenció con facilidad un pasaporte falso, preludio de lo que vendría después, una vida falsa primero en Chile y luego en Brasil, donde se dedicó a las dos cosas que más le gustaban: las mulatas y la cirugía estética. Las malas lenguas dicen que se especializó en cambiar la fisonomía de los narcos para ayudarles a pasar desapercibidos. El tipo era un hacha para los negocios. También se rumorea que vendió a sus clientes y la DEA le buscó acomodo en Estados Unidos. No sé si creérmelo, aunque los escrúpulos no iban a ser su problema, de eso estoy seguro.
Crispín Junior y yo fuimos compañeros de aula. No curraba ni por equivocación, venía en coche caro al colegio (siempre andaba jugueteando con las llaves del deportivo, para refrotárnolo por los morros, básicamente) y nunca llevaba menos de diez mil pesetas encima. Era un tipo blando y remilgado que estaba pidiendo un par de hostias como el comer. El problema es que en vez de dárselas le confiaron una multinacional. Lo normal en este país, vamos.
El mamarracho ha protagonizado el mayor desfalco de la historia, dicen, pero eso deben de ser exageraciones. Ningún récord de estafa o corrupción dura mucho en esta España de pandereta. En eso somos una potencia, como en motociclismo.
Sea como fuere, Crispín ha cogido las de Villadiego con un buen pellizco. Deja deudas, esposa y heredero. Y a juzgar por las fotos, y a pesar de sus cándidas diecinueve primaveras y sus buenas palabras con los afectados, la criatura promete seguir la tradición familiar.


domingo, 10 de marzo de 2013

8. Evaristo

Podría presentarle con aquella frase hecha de «trabajaba como», pero ni los más viejos del lugar recordaban haberle visto mover un papel que no fuera el boleto de las quinielas. Era segundo secretario adjunto de la Junta Rectora del Hospital El Roto. Hacían falta pelotas para poner semejante nombre a un centro de rehabilitación, pero al gobernador civil le pareció adecuado con esa lógica espartana de después de la guerra y no hubo más que decir. El centro tiene más médicos, fisioterapeutas y masajistas que pacientes.
Al parecer, con esta coña de la democracia terminó por saberse que los enfermos salían peor de lo que entraban. Los de Interviú no tenían bastante con enseñar tías en bolas, no, encima debían publicar reportajes de denuncia. «Hace falta ser mala gente», pensaba Evaristo, lo cual ocurría de ciento a viento.
Evaristo era el full de ases y reyes de la iniquidad o, mejor dicho, en sus términos, un pleno al 15.
Una gallina tenía más valor que él. Era torpe como un cerrojo viejo, vacío como un domingo sin plan, cabezota como la mula Francis, y repugnante con ganas, ninguna metáfora haría justicia a su fealdad.
Dios no hizo de él un Cicerón, eso está claro, en sus buenos momentos hablaba como el Pato Donald, y solo resultaba posible entenderle si se había hecho un máster en chino o se habían pasado unas vacaciones en Zamora, aprendiendo sanabrés.
Pero Evaristo tenía un don, alguno debía tener: ser el rey del ventilador (de mierda). Tras décadas de no hacer absolutamente nada, Evaristo se había especializado en rumores, infundidos, calumnias, chismes, hablillas, patrañas, bulos.
¿Recuerdan ustedes al protagonista de La cizaña, aquella historia de Astérix y Obélix? Pues ese tipo despreciables era un santo en comparación con Evaristo y sus célebres encamisadas de esquina. 
El verano pasado se electrocutó al encender un ventilador. El cable debía de estar algo pelado tras treinta años de uso. Pero es que a su lado, Harpagón, protagonista de El avaro de Molière, era una alma generosa. Lo dicho, Evaristo era un pleno al 15.

sábado, 9 de marzo de 2013

7. Pacocaco


El otro día tuve la mala idea de encender la televisión a la hora de la comida y me lo encontré ahí, protagonista del escándalo financiero de la semana, con su voz aflautada, sus cejas pobladas y su sonrisa bonachona. A juzgar por su cara uno pensaría que no había roto un plato en la vida, pero ese hombre se ha cargado vajillas enteras. Lo sé bien, le conozco desde hace treinta años, ahí es nada.
Responde al nombre de Paco Taco, aunque en el colegio le llamaban simplemente Taco. Por aquello de ser poca cosa en lo físico y un mierda en lo moral. Paquito apuntó maneras desde el principio. Sobresaliente en Matemáticas. Era un hacha con los números. Y tenía una mano bien larga.
El lumbreras iba a misa todos los recreos. Los niños se burlaban de él y los curas aceptaban con sorpresa la presencia de un muchacho sonriente y callado, sin demasiadas muestras de devoción por otro lado. Pero Paco Taco seguía ahí, el monaguillo eterno. Con qué garbo y alegría pasaba la bandeja. Claro que sí. Sisó dinero de todas las colectas durante una década, pero al final le pillaron
El director del colegio se quedó muy contento después de sacarle al padre de Paquito hasta las entrañas a cambio de no denunciar al ladrón ni incoarle un expediente por no sé qué cosa de delito continuado. El progenitor conocía bien a su retoño y pagó sin rechistar.
Y luego, el bueno de don Damián, que como a todo buen director de una institución religiosa que se precie le iba la marcha, le colgó el sambenito: en todas las clases de Religión hablaba de la crucifixión del Señor, ajusticiado entre dos ladrones. Y siempre apostillaba:
—Como Pacocaco.
Y con Pacocaco se quedó.
Coincidimos en la Facultad. Era un par de años menor, si no recuerdo mal, pero era imposible no tener noticias de él. Causaba sensación allí donde iba. Se metió en un grupo de cine bastante boyante, y en pocos días desaparecieron las pelas. Voilá. Formó parte de un grupo de radicales, muy aficionados a las pintadas, y a la semana los entrullaron a todos, a todos menos a él, claro. Le acusaron de ser un chivato, pero Pacocaco ni se inmutaba.
Se marchó a Madrid en busca de oportunidades cuando acabó la carrera. Había miles de empresas dedicadas al negocio de la construcción y se encontró como pez en el agua en aquel paraíso de contabilidades B, dinero negro y escrúpulos escasos. Según dicen en el telediario ha acumulado un patrimonio personal de unos 40 millones de euros. Por lo que veo, ha triunfado como la Coca-Cola.
En la pantalla de la caja tonta puede intuirse su rostro entre una nube de micrófonos. Proclama su inocencia con esa cargante voz de pito y afirma que está seguro de contar con todo el apoyo del partido. Con ese doble lenguaje tan propio de los tahúres deja claro que tiene papeles de todos y no se va a comer el marrón solito.
Van dados si esperan que Pacocaco se ponga nervioso.
Cuando le llevaron a presencia del director después de haberle trincado con las manos en la masa, Pacocaco no mintió ni se humilló, el angelito, con solo 16 primaveras a sus espaldas, se limitó a preguntar:
—¿Cómo me han pillado?
—Lo preguntas para no volver a hacerlo, ¿verdad? —inquirió el padre Damián, un tanto sorprendido por el hocico de cemento armado del joven pupilo.
—Lo pregunto para no cometer ese error otra vez.


jueves, 7 de marzo de 2013

6. Fredy

Le bautizaron Federico, le apodaron Fede y quiso ser llamado Fredy, vaya usted a saber por qué, pero todos le conocieron como Humpty Dumpty a causa de la semejanza entre su cabeza pelada al cero y el huevo protagonista de la famosa rima infantil.
Era un sujeto titulado, sin duda: aprovechado cum laude, cínico sobresaliente y egoísta doctorado. Tenía mucho éxito con las mujeres, algo sorprendente si se sopesaba su condición de enano paticorto con halitosis y no tanto si se sabía que su padre era rico como Craso (y él hijo único).
¡Y qué no harán ciertas bellas jóvenes por amor (al dinero)!
Alcanzó la celebridad entre los tontolabas de sus amigos por sus métodos con las damas que acudían como moscas al panal de rica miel de su fortuna. Tonteaba con todas, pero al final le gustaba tener una esclava fija, algo que le valiera para un roto y para un descosido. Aducía que era más barato. «Un tema de costes», solía decir. (Y lo decía él, que no le llegaban las luces para las cuatro reglas.) Otro candidato ruin al Nobel de Economía.
Su criterio de selección era sencillo, estajanovista incluso. Montaba a la choni poligonera de turno en el Audi, cogía la primera autovía que se le presentaba, ponía una casete de Camela a toda hostia y tira millas. La candidata quedaba desechada si la mamada duraba menos de diez kilómetros. A partir de los veinte, empezaba a considerar las posibilidades de la aspirante.
—No me gusta el esfuerzo físico. Sudar me asquea. Y además, follar es de camioneros. ¡Yo soy un señor! Prefiero que me la chupen.
Qué verbo, qué modales, qué donaire el de este donjuán.
Como suele suceder con todos los ricos, Humpty Dumpty era un tacaño de cojones. Las siervas le duraban lo que le duraban, entre poco y nada, y entonces llegaba el momento de pasar por la aduana. Teniendo en cuenta sus hábitos, no había embarazo posible, claro, pero resultaba difícil escapar con el bolsillo intacto al fin de una relación.
Fredy sabía que le tocaba pagar un riñón para que no hablasen demasiado ni contratasen a algún abogado capcioso, es decir, a alguien como él. Así que el huevo Kinder entraba en fase de endoso: miraba a su alrededor e intentaba colocársela al primer primo que pillaba por banda. Sí, lo han adivinado, solía ser uno de los tontolabas de sus amigos. Hacía falta ser estúpido para pensar que alguien como Humpty podía tener amigos.
La esclava, viendo peligrar su sustento, se aplicaba a ello como si le fuera la vida en ello, porque en el fondo era así. Él les facilitaba el mapa de carretera para trincar al incauto y les ponía un plazo para conseguirlo. La desesperación tenía sus plazos y Fredy sabía que, transcurrido un tiempo, la muchacha caería en la cuenta de que lo mejor que podía hacer era sacarle los cuartos a él.
—Lo hago por su bien. Una chica debe tener algo fijo.
Todo corazón.
El cabrón acabó a la altura de su leyenda: se le fue el coche en una «ronda de pruebas» y se empotró contra un muro a doscientos por hora. Al final, mira por donde, Fredy hizo bueno el estribillo de la nana: Couldn't put Humpty together again (No pudieron recomponer a Humpty).
En el lugar del accidente acaban de abrir un restaurante, La tortilla. Siempre paso de largo, claro, pero no sin antes esbozar una sonrisa.