sábado, 18 de mayo de 2013

15. Fantastic Four


Los cuatro fantásticos a que me refiero no son un grupo de superhéroes precisamente, tal vez por eso no se merezcan novelas gráficas ni películas, pero han hecho méritos sobrados para figurar en este blog.
Los protagonistas de esta historia son cuatro familias muy «especiales».
Memo es uno de esos motoristas torpes que se rompen varias veces todos los huesos del cuerpo sin meterse en la cabeza que lo de la moto y él es un amor imposible. Este vago profesional tiene el mérito de haber encadenado una de las mayores rachas conocidas de subsidios por desempleo, minusvalías varias y taras de todo tipo. Ha llegado a convertirse en propietario (endeudado hasta las trancas) de un adosado por eso del «milagro español», donde un tonto entraba a una sucursal bancaria para cambiar un billete de diez euros y salía con una hipoteca. Memo tiene otro gran hobby: el heavy metal. Y desde las diez la mañana atruena al personal con las canciones más rancias del género.
Solo interrumpe tan sano esparcimiento para discutir a cajas destempladas con su mujer, una tipa narizota llena de lorzas y con una cara de bruja impresionante. Y tras el intercambio de insultos (y golpes), hala, otra racioncita de Iron Maiden a todo volumen, porque a lo mejor en el Congo no conocen a la banda de sus amores.
Memo y Mema son una pareja empeñada en educar musicalmente al prójimo y no dan tregua el vecindario, porque cuando el tipo se va a dar un paseo con la moto, ella, ¡zasca!, pone Camela hasta que te entran ganas de vomitar.
Tienen un hijo porrero, Bobo, que entra y sale de la cárcel como si fuera un hostal, y una hija lista a la que no han vuelto a ver desde que cumplió los dieciocho años.
Los Taradón son tontos. Sin excepción. Para siempre. Desde siempre. Varios siglos de matrimonios entre primos han refinado su estupidez a un grado superlativo. Porque Taradín nunca ha sido de muchas luces, pero Lela es para darle de comer aparte. Juntos los dos, y sin mucha otra cosa que hacer, han tenido dieciséis hijos, de los cuales han sobrevivido únicamente tres, Burro, Corto y Zote. No voy a entrar a valorar si por suerte o por desgracia. La carrera por salvar el apellido Taradón acabó cuando el médico de la Seguridad Social le hizo una ligadura de trompas a Lela. Porque sí. Ya bastaba.
En el programa de igualdad de oportunidades para discapacitados, abierto tras la implantación de la democracia, Taradín consiguió trabajo como conductor de autobuses. Tras un carrerón de quince accidentes en un mes, los del Ayuntamiento, que a veces tienen el corazón de piedra y otras se pasan de buenos, le mandaron a las oficinas de la Empresa Municipal de Transporte con el cometido específico de apoyarse ocho horas en el muro de la entrada para evitar que este se cayera.
Y el tipo encima lo cuenta con orgullo. Pero ¿qué puedes decirle? ¿Que es tonto?
Hasta ahí, bueno, mala suerte. Pero el problema es que los Taradón son rencorosos, maldicientes, cotillas, envidiosos. No quieren subir ni mejorar. Se odian a sí mismos y lo pagan con los demás.
Los Zurra también son de aúpa. El patriarca, Recio, es un policía con juicios por malos tratos a los detenidos hasta 2032. El tipo no se inmuta ante semejantes minucias. Tiene otras causas pendientes que tampoco le quitan el sueño. Ha protagonizado un par de accidentes sonados, donde, además de tener la culpa e ir bebido, pegó al conductor del otro coche. Y encima no tiene seguro.
Recio Zurra debe dinero al ayuntamiento, a Hacienda, a su familia y al Corte Inglés. Solo ha conseguido sacarle dinero el Banco Santander, pero claro, hay que ser Emilio Botín para poder con este pieza. Es otro que está entre rejas a temporadas. Pero lo lleva bien. En la cárcel conoció a Bobo, el hijo de Memo, que le habló del estupendo barrio en que vivía su padre. Y se hicieron amigos, y luego vecinos, cuando Recio alquiló otro adosado en 1989. Hasta la fecha no ha pagado ni un chavo al casero, y cuando este le reclama las mil mensualidades que le debe, al tipo le entra la risa floja.
Recio está casado con una ladrona compulsiva, Sisa, y tiene dos hijos, los dos metidos en política, con cargos de medio pelo. Para chupar del bote sin que se les vea mucho, por consejo de Recio, un fino estratega.
Los Chúlez son bordes hasta decir basta. No se trata de que protesten con grosería cuando tienen razón, que lo hacen, sino que llevan eso de ser echaos p’alante a extremos insospechados. Echan sus bolsas de basura en los cubos de los vecinos y se los comen a gritos como a estos se les ocurra emitir la más mínima queja.
Tienen por costumbre dar fiestas movidas hasta las tantas, y ponen la música a tal volumen que tiemblan las estructuras de los edificios de alrededor.
El padre tiene voz de pito; la madre, de flauta; y la hija de camionero. No suman un gramo de inteligencia entre los tres. Y el nieto va por el mismo camino. ¿Conocen ustedes el juego de las formas? Es una actividad de educación inicial consistente en encajar unas figuras geométricas básicas. Da una pena ver al Nano intentando meter un rectángulo en un contenedor con forma de círculo. Gu, gu. El Nano tiene nueve años y lleva cuatro o cinco intentándolo. Qué nivel, Manuel.
Y como sobraba talento en la familia, decidieron prohijar a un descerebrado, un primo suyo que andaba suelto por el mundo, Ramón Fanfarrias, un fantasma del copón.
Cuatro apellidos. Cuatro familias. Los cuatro fantásticos.
Este póquer de ases ha convertido su rincón del barrio en un lugar fino y de categoría, razón por la cual, sin duda, se le conoce comúnmente como La Taza (del váter, claro).
El problema es que nadie tira de la cadena hasta que se lía.
Los Chúlez son más vagos que la chaqueta de un guardia y suelen aparcar donde les sale de las narices si así se ahorran medio metro de andar. Muchas veces plantan el coche en medio de un paso de cebra y es normal que lo dejen encima de la acera. Porque ellos lo valen. ¿Pasa algo, u qués?
El otro día, por ejemplo, eligieron el vado permanente de un chalé, el de Mihaela, una señora mayor, y encima rumana. ¿Mujer, anciana y rumana? Un ser de tercera para unos racistas como ellos, claro.
Ramón Chúlez miró la señal de prohibido aparcar y se echó una carcajada.
—¡Que se joda! —soltó, muy chulo él, y mientras dijo para sus adentros: «Seguro que no tiene papeles».
Y después de ese profundo pensamiento se metió un cocido y media botella de vino, argumentos de peso para echarse una siesta de campeonato, que hay que levantar el país. A eso de media tarde se despertó con picores por debajo del cinturón y decidió irse al puticlub, pero cuál no sería no su sorpresa al no ver su vehículo y descubrir que la señora rumana había avisado a la grúa.
—¿Que la vieja m’a mangao el coche?
Ramón volvió a su casa y armó la de Dios (mientras tomaba un tentempié, que sestear es agotador) y después, en compañía de su tío, visitó a los Taradón, a Memo y a los Zurra, pues el negocio estaba hecho a su medida. Y el corrillo de puerta en puerta acabó donde concluye todo en este país, en el bar, y allí empezó a correr el vino, se les calentó la boca, les hirvió la sangre y con los vapores del alcohol se les evaporó el poco sentido común que sumaban entre todos. A eso de la medianoche, cuando cerró el garito, no antes, decidieron hacer una visita de vecindad a la anciana. Es decir, iban a darle un susto para acojonarla y que se aguantara sin rechistar la próxima vez que estacionaran delante impidiéndole el paso.
Diez tipos contra una pobre vieja. Cuánto valor. Qué bravura. Serían el orgullo de los Tercios, y tal.
Así que al final se van todos en comandita al chale de Mihaela haciendo eses, unos por exceso de copas y los otros por sus problemas motrices. Se apelotonan en la entrada para infundirse valor y llaman al timbre, y como Mihaela ni se molesta en abrir, arman bulla, sueltan risas, cantan el «Cara al sol» y empiezan a envalentonarse.
No habría pasado nada, pues al fin y al cabo, unos fanfarrones nunca encierran gran peligro. El problema son los estúpidos. Siempre hacen algo indebido. Y para eso estaban ahí los Taradón. Burro tiró un chicle al interior del chalé, a su hermano Corto le hizo gracia y tiró una moneda de un céntimo (es agarrado además de tonto), y Zote arrojó una botella de cerveza con la mala suerte de que se coló por una ventana y le abolló la frente a un nieto de la señora Mihela.
Y se armó el belén, claro.
Ninguno de estos tarados mira más allá de sus narices, si no habrían sabido que Mihaela tiene cuatro churumbeles: Constantin, Florín, Adrián y Marian, y todos con más antecedentes que Caín. Constantin está metido en la trata de blancas y medio regenta un burdel. Florín presta dinero con usura (y mejor no entrar en detalles sobre sus sistemas de cobro). Adrián encabeza una banda de chatarreros, dice él, pero ha ido al trullo por otras cosas, según el juez, y Marian mangonea a cien mendicantes, que están de sol a sol en los portales de todas las iglesias a ver qué sacan.
Mientras la anciana lloraba por el nieto descalabrado salieron por la puerta cuatro tíos barbados grandes como armarios y empezaron a repartir hostias como panes. Los graciosos recibieron hasta en el carnet de identidad.
Recio Zurra tuvo tiempo de llamar a la policía, que, para desgracia de todos, se personó en un pispás. Los rumanos les dieron estopa, y la pasma volvió con refuerzos, pero los cuatro hermanos habían llamado a su gente que, acostumbrada a ver volar las cuchilladas, no tuvo problema en dar una somanta de leches a los municipales y a los antidisturbios.
Algunos vecinos grabaron todo con los móviles y subieron las imágenes a internet. Fue un notición en los medios de comunicación locales y las televisiones lo emitieron a bombo y platillo, antes de que se impusiera la cordura y la libertad de información (sin pasarse), y pensaron que no hacía falta dar ideas ni decir que las fuerzas de seguridad no cortaban ni trinchaban ni pizca en ciertas zonas de ciertas ciudades.
En La Taza, los mentecatos provocadores del entuerto fueron saliendo del hospital poco a poco y se dedicaron a odiar a los rumanos en sus casas, y calladitos.
Pero no por mucho tiempo.
A pesar de todo ese follón, Taradín de Taradón no terminó de pillarle el punto al hecho de que no convenía bloquearle la salida a la señora Mihaela y empezó a aparcar allí porque siempre estaba libre, y así se ahorraba el dar vueltas en busca de un sitio.
Siempre fue un majadero.
Por suerte para Taradín, su ángel de la guardia es un tipo con influencias. Eso, o la señora Mihaela tiene grandes dotes didácticas.
Sea como fuere, un día el coche de Taradín apareció sin ruedas ni asientos ni motor. Y oye, fíjate, a partir de ese momento todo el mundo respeta el vado permanente de los rumanos.
Si es que hablando se entiende la gente.


viernes, 10 de mayo de 2013

14. Manolo

Es uno de esos tipos que dice todo lo que piensa, una imbecilidad tras otra, por cierto, y nunca piensa lo que dice, y es que Manolo tiene la boca muy grande y el cerebro muy chico, tanto que solo le cabe dentro una neurona, para su desgracia y la de los demás. Enterao de tasca. Opinaor de carajillo y anisete. Carne de puticlub. Escoria.
Es un cobarde.
Y un bravucón.
Y un ventajista.
Y un abusón.
La definición de machista se le queda corta. Manolo, el machote de dientes amarillentos y tripa cervecera, saca la mano a pasear por un sí o por un no. Pero solo contra niños y mujeres. Qué héroe. Qué valiente. Maltratador de pro. Su simple existencia hace del mundo un lugar peor.
Este país va muy mal cuando un saco de mierda como él no está entre rejas y un montón de mamarrachos le ríen las gracias en el bar.


jueves, 2 de mayo de 2013

12+1. Gollum


Mordor Inc. es una multinacional de servicios financieros con una filial en España. Esta, desde su sede central, sita en un parque empresarial de Majadahonda, controla cientos de oficinas y extiende la miseria a todo el país con las armas de siempre: publicidad engañosa, préstamos con usura, contratos leoninos (escritos en letra tan minúscula que Superman necesitaría gafas para leer las cláusulas) y dinero para comprar la impunidad en un país donde la corrupción campa por sus anchas y el cuarto quilo de alcalde o de consejero autonómico anda en los saldos.
Allí trabaja Gollum, un soriano de cuarenta y tantos, mal gestor y peor persona. A lo mejor tuvo un nombre, pero nadie lo recuerda. En cuanto ves a ese canijo narizón de pies grandes y orejas puntiagudas entiendes por qué le llaman así. Ha gastado sin éxito una fortuna en tabicar sus dientes podridos con carillas de porcelana y los injertos de cabello le han llevado de peinarse como Jordi Pujol a tener un look a lo Anasagasti. Da igual. Sigue siendo clavadito al personaje del cine.


Todo ser humano medianamente sensible tiene la tentación de compadecerle al ver su cuerpecito. Y es un error, porque ese mierdecilla es un sicópata de aúpa y resulta más aborrecible en lo moral que en lo físico. ¡Y mira que es difícil!
Está convencido de que no existen los amigos (quizá porque él no tiene ninguno) y no se le conocen relaciones personales a ningún lado de la acera. Los enteraos de turno hablan de una novia en sus años de universitario, y el muy hipócrita alega que era muy mala (y lo dice él) y que le causó un gran trauma. Mentira, y de las gordas. Hay muchas pervertidas en el mundo y aún más desnortadas. Lo sé. Pero no existe en la faz de la Tierra ninguna perturbada capaz de mantener una relación con el hobbit oscuro.
Mordor Inc. se enorgullece de no haber despedido jamás a ningún empleado. No le hace falta. Tiene a Gollum, uno de los mejores acosadores laborales de Europa. Le falta el anillo para ser igualito que el personaje de ficción, eso es verdad, pero en tema de negritud del alma, el tipo le puede echar un pulso a Sauron y a lo mejor nos llevábamos una sorpresa.
El hobbit chungo es un estajanovista vocacional del acoso: trabaja a la víctima en los pequeños detalles todos los días laborales para negarle el sosiego, siempre hay un reproche, un fallito, un recadito; le mina la moral con paciencia (de hecho, lleva un fichero Excel para medir bien cada ataque); le busca las vueltas a sus actos y malinterpreta a sabiendas cada palabra; no le deja defenderse nunca; y la acorrala.
La esencia es agotar al empleado, convencerle de que es un trozo de carne sin valor y cuando lo ha conseguido, ni amenaza de expedientes ni hostias, eso es para mediocres, él acude con el mangante de Recursos Humanos y le ponen de patitas en la calle. Sin indemnización ni zarandajas.
Y el muy bastardo ha mejorado con los años.
Para aguantar esta plaga de jefes negreros este país lleva empastillado una década. Al principio, eso supuso un desafío para Gollum, pues los viejos trucos no causaban los mismos efectos cuando el acusado iba puesto de ansiolíticos hasta las cejas, pero se recicló como solo son capaces los hijos de puta.
Antes de la crisis, Gollum garantizaba a su empresa entre 30 y 50 despidos anuales, perdón, desincorporaciones. (Menudos fariseos.) No veas cómo trabajaban los orcos y los trasgos de toda la red de Mordor Inc. Exprimían a todo incauto que se ponía a su alcance, porque sino les destinarían a la oficina del hobbit, un puto zulo del que nadie salía vivo.
Los jefes yanquis fliparon al ver las estadísticas de semejante portento y mandaron una legación desde Estados Unidos para estudiar en vivo a Gollum. Y los tipos se lo curraron. Le hicieron un marcaje en condiciones; pero ellos no vieron a una mala persona, ni a un resentido con dificultades a la hora de relacionarse con el prójimo, sino a un filón. El hobbit se llevó un ascenso y una calificación para su trabajo, él era un coach tóxico innato y sus prácticas, anticoaching de primerísimo nivel.
Mordor Inc. creó una sociedad limitada y puso al frente al soriano. Tenía un nombre raro. Asesoramiento de no sé qué. Consultoría de no sé cuántos. Adecuación de Recursos Humanos. Optimización de perfiles laborales. Vamos, lo que suele hacerse en estos casos, envolver con palabros vacíos la finalidad de la empresa: joder a los demás y cobrar por ello.
Luego, el gobierno hizo el resto con una legislación laboral «alegre» en materia de despidos. (Ojo, facilitaban el destierro laboral para crear empleo.) Muchas grandes empresas se frotaron las manos y empezaron a pensar en formas creativas (y baratas) de rejuvenecer sus plantillas. O sea, disminuir el coste salarial. Es decir, despedir a cien empleados veteranos caros y contratar a treinta pipiolos para hacer el mismo trabajo. (Lo harían necesariamente peor dado su menor número e inexperiencia, pero ¿desde cuándo ha importado la calidad del servicio en España?) De ese modo se ahorraban trienios, derechos adquiridos, gratificaciones. Uf, qué pesadilla.
Los patronos debían aprovechar al máximo aquellas rebajas, eran muy conscientes de ello, pero la codicia ciega al hombre de negocios más cabal y ponderado, y al final, los muy cabrones, pensaron que lo más conveniente para la economía (la suya, se entiende) era no pagar nada por los despidos. Ni procedentes ni improcedentes. Querían barra libre, un «a la puta calle porque sí». Y llamaron a Mordor Inc. por si era posible reducir sustancialmente la partida de ese gasto.
Y sí, Gollum, el coach tóxico, tenía la solución a sus problemas. Por un precio indecente podía hacer un trabajo indecente.